Queridos feligreses de San Martín,
El sábado 21 de septiembre saldré en una peregrinación de dos semanas a Fátima y España. Sepan que los llevaré a todos ustedes y sus intenciones a los lugares sagrados que visitaré. Por favor, oren por nuestro grupo de peregrinación para que sea un tiempo de renovación espiritual.
En el evangelio de este domingo, los discípulos se encuentran discutiendo sobre quién de ellos es el más grande. (Teniendo tres hermanos mayores y dos menores, ¡esto era algo que ocurría a diario en nuestra casa!) Se avergüenzan cuando Jesús los llama y, al poner a un niño delante de ellos, dice: "El que recibe a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, no me recibe a mí, sino al que me envió".
¿Cómo podríamos recibir a un niño en el sentido del que Jesús está hablando? Ciertamente, como niños todos necesitábamos amor, aceptación, afirmación y aprobación de nuestros padres y adultos en nuestra vida. Como sacerdote, me duele ver cuántas personas no recibieron eso cuando eran niños. Estos "niños adultos" ahora pueden rechazarse a sí mismos, tratar de ser perfectos, actuar de manera inmadura, encontrarse sumidos en adicciones, etc., en un intento desesperado por aliviar las heridas que sufrieron en la niñez. Desafortunadamente, ninguno de esos comportamientos disfuncionales realmente funciona. Lo que sí funciona, sin embargo, es reconocer al niño dentro de nosotros que puede sentirse herido, rechazado, abandonado, disminuido o humillado. ¿Podemos permitir que Cristo nos presente a ese niño y lo ame y acepte de una manera que sea transformadora? Si recibimos a este niño (interior) en el nombre de Jesús, descubrimos que recibimos a Jesús, y nuestra relación con nuestro Padre Celestial cobra vida.
Gracias por su continuo apoyo a nuestra despensa parroquial, que actualmente atiende a más del doble de personas que en años anteriores. Sin sus donaciones monetarias y de alimentos/bienes vitales, este trabajo no sería posible.
En Cristo,
P. David
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