
Estimados feligreses de San Martín:
Me atrevo a decir que estamos en Cuaresma. No dejen que el Miércoles de Ceniza los tome por sorpresa, pero ya deben pensar en los tres pilares de la oración, el ayuno y la limosna. Me gustaría relacionarlos con las tres virtudes teologales de la fe, la esperanza y el amor.
Oración-Fe: Para los cristianos, “caminamos por fe, no por vista” (2 Cor. 5:7). Es decir, la fe nos da una visión completa de la realidad, más allá de lo que conocemos a través de la naturaleza humana. Pero la fe necesita de la oración para ser sostenida. En pocas palabras, la oración significa vivir en la presencia de Dios, o vivir en relación con Dios. Tenemos la tendencia a vivir “independientemente” y luego reservar períodos de tiempo para Dios. Pero, como dice San Pablo, “oren constantemente” (1 Tes. 5:17). Esta Cuaresma, no se limiten a reservar más tiempo para la oración formal, lo cual es bueno; más bien, concéntrense en vivir en relación con Dios durante todo el día. Él derrama el Espíritu Santo en nuestros corazones constantemente, pero necesitamos tomar más conciencia de eso.
Ayuno-Esperanza: La mayor parte de la vida espiritual tiene que ver con aquello a lo que estamos apegados, ya sean realidades espirituales o terrenales. Nuestro ayuno cuaresmal requiere que veamos aquello a lo que estamos apegados de manera malsana y desordenada. Vivir la virtud de la esperanza significa que buscamos nuestra máxima realización en Dios. La esperanza nos libera para recibir nuestra vida de Dios y luego usar las cosas buenas de este mundo de manera moderada. La esperanza nos permite esperar con paciencia los dones de Dios, en lugar de aferrarnos a las cosas posesivamente. Mientras ayunamos esta Cuaresma, asegurémonos de que nuestro desapego de los bienes terrenales nos lleve a depender más de lo que Dios nos da.
Limosna-Amor: Esta temporada nos llama a ser activos en la caridad hacia los pobres y desfavorecidos. ¿Somos conscientes de las necesidades de los demás o estamos demasiado centrados en nosotros mismos? El amor es la virtud que nos hace salir de nosotros mismos en atención y servicio a los demás. A veces, estos “otros” son las mismas personas con las que vivimos, como nos recordaba a menudo Santa Teresa de Calcuta. El amor es esencialmente don de uno mismo. Cuando practicamos la limosna, no estamos llamados simplemente a dar lo que tenemos, como al escribir un cheque a una organización benéfica; más bien, estamos llamados a dar de nosotros mismos o a sacrificar nuestro tiempo y energía por el bien de los demás. Encuentra una manera de hacer limosna esta Cuaresma que encarne el amor, un verdadero don de nosotros mismos para los necesitados.
Finalmente, la fe, la esperanza y el amor son las virtudes que nos arraigan en Cristo. Sin ellas, vivimos a distancia de Él. La Cuaresma debería ser un tiempo de retorno. ¿A dónde? A Cristo, que es nuestra vida.
En Cristo,
P. David

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