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Mensaje del Párroco - 7 de septiembre de 2025

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Queridos feligreses de San Martín:

¿Por qué Dios permitiría esto? ¿Por qué no intervino para detenerlo? Nos hacemos este tipo de preguntas después de tragedias terribles como la de la Parroquia y Escuela de la Anunciación en Minneapolis. Es bueno decir que Dios no lo hizo ni lo quiso. Sin embargo, sucedió, y sabemos que la omnisciencia de Dios es total. Actos absolutamente malvados y atroces nos detienen, con razón, para plantearnos las grandes preguntas sobre Dios, su bondad y su poder sobre el mal.

No hay una respuesta simple y directa que resuelva nuestras preguntas. En el corazón de nuestra fe se encuentra la Pasión, Crucifixión y Resurrección de Cristo. Todas nuestras preguntas deben pasar por este acontecimiento central de la historia humana. Su Pasión, Muerte y Resurrección se llama Misterio Pascual, y usamos la palabra "misterio" para subrayar que la verdad que contiene es infinitamente profunda. Nunca llegamos a su fondo. Justo donde parece más impotente Dios —su Pasión y Muerte— es donde se muestra más activo en la derrota del mal. Dios saca el bien del mal, no impidiéndolo, sino asumiendo sus efectos en el cuerpo de Jesús. Dios se une plenamente a nuestro sufrimiento. Luego, transforma el significado y la naturaleza aparentemente definitiva del mal mediante el poder de su Resurrección. La redención es real y puede explicar la magnitud de los males humanos. Toda la historia humana, incluida la nuestra, pasa por el Misterio Pascual y encuentra en él su sentido último.

Sé, por males sin sentido que he enfrentado en mi propia vida, que Dios ha sacado el bien de ellos. No es evidente en el momento, sino solo desde una perspectiva más clara después del hecho. Esto no justifica los males cometidos ni los hace menos dolorosos, pero sí nos ofrece un vistazo de la victoria de Dios y la superioridad del bien sobre el mal. De repente, en medio de nuestro dolor, tomamos conciencia de un poder aún mayor de amor y fuerza. Esta es la sanación y la nueva vida que solo la gracia puede producir.

Vivimos este Año Jubilar de la Esperanza como realistas, no como quienes sucumben impotentes al mal o necesitan justificarlo. La esperanza cristiana es tan fuerte porque aborda el mal supremo: la crucifixión injusta del Hijo de Dios. Desde su muerte, Dios nos ha traído nuestro mayor bien: la vida eterna. Después de la Resurrección, Juan proclama —y nosotros con él—: "Porque todo lo que nace de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?" (1 Jn. 5:4-5).


En Cristo,

P. David


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